Lugar: Puebla de los Ángeles, Puebla
En el templo de San Francisco de la ciudad de Puebla, reposa en una urna de cristal el cuerpo de quien fuera Sebastián de Aparicio.
Es en 1533 cuando Sebastián de Aparicio llega a la Nueva España con la intención de mejorar su condición económica, para después establecerse en la recién fundada ciudad de Puebla. La actividad agrícola de aquellos días lo motiva a innovar en el traslado de mercancías de un pueblo a otro, construyendo en sociedad con un carpintero, carretas. Sin embargo, los caminos de aquella época eran prácticamente inexistentes, por lo que Sebastián de Aparicio solicita permiso a las autoridades para mejorar los caminos de la región. Así se constituyó el primer negocio de transporte en México.
Al tiempo, fija su residencia en la Ciudad de México, dónde abre un camino entre ésta y el Real de minas de nuestra Señora de los Remedios en Zacatecas. El negocio prospera, y como hacendado establece un rancho ganadero en lo que hoy es la zona de Polanco en la Ciudad de México, sin embargo vivía con total austeridad: no tenía cama, sino que dormía en un petate; comía de las mismas tortillas que los indios y vestía humildemente.
A Santiago de Aparicio se le atribuye la creación de la celebración del Día de muertos, donde fusionó la tradición prehispánica del culto a los muertos y las festividades católicas de Todos los Santos y los Fieles Difuntos.
Antes de dedicarse a la vida religiosa, contrae matrimonio en dos ocasiones, enviudando ambas veces. Elige la orden franciscana, donde no ingresa de inmediato, pues habría que contar con diferentes requisitos. Estuvo en el Convento de Santiago de Tlatelolco donde inicia la tradición de bendecir los vehículos nuevos. Para 1575 es fraile de la Orden Franciscana y es destinado al Convento de Santiago de Tecali, muy cerca de Puebla de los Ángeles, donde se le asigna el oficio de limosnero y que lo lleva a recorrer los caminos de Puebla, Tlaxcala, Veracruz y México.
Cuando murió, a los 98 años, muchos fueron los fieles que asistieron a su funeral. Su cuerpo fue desenterrado en dos ocasiones, mismas que apareció incorrupto. Su rostro parece el de un hombre de 60 años pacíficamente dormido.
Para los creyentes de la época, Sebastián de Aparicio debió reunir las virtudes necesarias para ser considerado santo, y en 1789 el papa Pío VI nombra su beatificación. A pesar de que se le atribuyen más de 968 milagros, su canonización no se ha completado hasta este momento.
Tal parece que el camino de la canonización ha sido tan largo como los caminos que en vida caminó Sebastián de Aparicio, y aunque se le siguen sumando kilómetros con el tiempo, hoy se le considera patrono de los automóviles y los vehículos terrestres.